Con la lluvia como única compañía, Gabriela avanza por la calle desierta esquivando los charcos. La fuerza de sus pasos hace resonar su taconeo debajo de los soportales y balcones consiguiendo romper el silencio de la noche. Gira a la derecha tomando la bocacalle que lleva a su casa. Un hombre espera con la espalda y la planta de un pie apoyados en la pared. Al oírla acercarse desvía su mirada hacia ella, se separa de la pared y saca las manos de los bolsillos del pantalón. Gabriela observa los movimientos del hombre, continua andando y mete las manos en los bolsillos de su chaqueta.
—¡Eh, muñeca, vas muy solita! ¿Quieres compañía?
Gabriela pasa ante el hombre sin mirarle, pero él la agarra del brazo, la empuja contra la pared y se encara con ella manteniéndola sujeta por los hombros. Un desagradable olor a alcohol le revuelve el estómago a la mujer.
—Venga, dame un besito. No seas estrecha —dice el hombre mientras acerca sus babosos labios a los de Gabriela.
—¡Creo que te has equivocado de muñeca, cretino! —dice sonriendo Gabriela mientras clava la punta de la navaja que acaba de sacar del bolsillo en el cuello del hombre.
Toma, muy buen giro. Ya está bien de tanto miedo. Genial, Lola.
Muchas gracias, Almudena. Me alegro que te gustara mi microrrelato. Besos, amiga.