Por: Toñi Álamo El sonido del despertador me sobresalta. Abro los ojos adormilada y aprieto el botón de apagado, los números se iluminan. Las seis de la mañana, es la hora. La ropa de caza, que dejé anoche perfectamente dispuesta sobre la silla de mi habitación, espera a que me duche. Siento el nudo en el estómago de las mañanas de cacería, de un modo especial hoy, por ser la primera de la temporada. El desayuno queda totalmente descartado, pero enciendo el botón de la cafetera, no puedo despejarme sin un buen carajillo para templar los nervios. Entro en el baño. Abro el grifo de la ducha y dejo que el agua coja temperatura. Mientras, observo mi imagen en el espejo. Sigo siendo tan poco femenina como en la adolescencia, y eso me encanta. Si quieres colarte en las partidas de caza de cotos privados, lo último que quieres es llamar la atención. Con ropa de camuflaje y el chaleco acolchado puedo pasar por cualquiera. El agua resbala sobre mi cabeza rapada, mis pechos pequeños, mi cintura inexistente, mis caderas estrechas. Cierro los ojos para recibir el agua sobre mi rostro, y repaso mentalmente todo lo necesario para hoy. Cada dato del expediente de la cacería que se celebra en el Pardo. El Pardo… Cuando era sólo una niña solía pasear por allí con mi abuelo. Él adoraba los animales, me enseñó a acercarme a los corzos y los gamos sin que corrieran despavoridos, siempre me dijo que yo tenía un don. En uno de esos paseos encontramos una corza herida tumbada entre dos arbustos. Tenía un disparo muy feo en uno de sus cuartos traseros, pero aún herida había corrido hasta el límite del coto para esconderse del cazador que había disparado, luchando por ponerse a salvo. Mi abuelo dijo que ya no podíamos hacer nada por ella. Intentó evitar que me acercara, pero yo tendí mi mano y la corza agachó la cabeza dócilmente. Con mis caricias la acompañé en su marcha, observando esos ojos redondos y oscuros apagándose poco a poco.

Como adulta, he vuelto varias veces, siempre ocupando el puesto de algún cazador que ha comunicado una baja de última hora en alguna de las partidas privadas que yo misma autorizo, en la oficina de permisos. El mejor lugar para trabajar para tener acceso a mis trofeos. Acabo mi ducha con agua fría, siempre despeja la mente. Me embuto en el uniforme de camuflaje, tomo mi carajillo y meto el resto del café en el termo, las mañanas ya son muy frías, y nunca sé el tiempo que tendré que esperar hasta que mi pieza se ponga a tiro. Acaricio el maletín de mi Blaser R8 con mira telescópica de veintiocho aumentos, y salgo de casa. El acceso a la finca no ha sido difícil. El guarda ha revisado las licencias por encima, tenía frío y le ha bastado con mirar los nombres en la lista. Los cazadores comienzan a replegarse, yo hago lo propio. Sé dónde puedo esperar a mi pieza. Dejo el termo en el suelo, y abro el maletín para comenzar a preparar la escopeta. Cargo la munición de diecisiete milímetros, la más habitual, no quiero señalarme. Ajusto la mira, perfecta para largo alcance. Coloco el silenciador, no quiero espantar al resto de piezas, ¿y si alguna otra se pone a tiro?. Con todo listo sólo queda esperar. Pasadas poco menos de dos horas, la espera ha merecido la pena. Mi pieza entra en el campo de visión. Me tumbo boca abajo para tomar posiciones con mi Blaser en el trípode de campo, y con mucha calma enfoco el objetivo con la mira telescópica. «Venga, bonito…, tengo algo para tí» pienso con todos los sentidos alerta. En pocos segundos tengo su cabeza en el centro de mi diana, acaricio el gatillo, respiro hondo y disparo. Los sesos del dueño de la finca han saltado a un metro del resto de su cuerpo, que ha caído inerte como un tronco seco. «Un hijo de puta menos, corza. Este ya no apagará más ojos», susurro mientras voy recogiendo mi puesto. No hay prisa, es lo que tiene la caza en rececho, la ventaja de la soledad. Puede que no descubran su cuerpo hasta que llegue la hora de retirada, en el conteo de abatidos, o puede que alguna otra pieza pase por aquí, y se tope con el cadáver de su compañero. Qué terrible accidente, ¿verdad?.
Yo tendré mi trofeo mañana, cuando recorte el artículo en el periódico de la tarde, mientras pienso en mi próxima cacería.
ups!!
Toñi, ¡fantástico relato! 💙💙
Divino.