SAN SILVESTRE
Miro la ropa preparada sobre el sofá del estudio y no puedo evitar pensar: «Pero, ¿qué necesidad?, ¿de verdad crees que vas poder con diez kilómetros?, si lo máximo que has corrido en estos dos meses de entreno han sido cuatro y con la lengua fuera».
«Venga Lucía, si has llegado hasta aquí, es para cumplir tu promesa —me animo en voz alta—, esto es por papá».
Mi padre lleva luchando contra un cáncer de colon tres años, a pesar de la metástasis en el pulmón que intenta apagar su aliento poco a poco, pelea día tras día, ciclo tras ciclo, volcado en su propia contrarreloj, tratando de ganar tiempo al tiempo. Puede parecer frívolo, pero aquí estoy, envuelta en este empeño de correr la San Silvestre, convencida de que si consigo acabarla, con mi esfuerzo, conseguiré más tiempo en su crono.
Después de vestirme con la ropa de corredora anudo mis zapatillas Mizuno, compradas previo estudio de pisada, siguiendo el consejo de mi hermano, el loco del running. Prendo el dorsal en mi camiseta con unos imperdibles. Subo la cremallera del plumas ligero y ajusto la braga en mi cuello. Miro mi reflejo en el espejo del recibidor antes de cerrar la puerta, sonrío pensando que doy el pego.
En el trayecto en metro, recuerdo los primeros días de entreno siguiendo el planning de internet, alternando andar y correr. Los bufidos al terminar cada intervalo, repitiéndome después de cada uno de ellos que no estaba hecha para eso; cómo a pesar de las agujetas y el flato en el costado, seguí entrenando a días alternos, comprobando que mi capacidad pulmonar mejoraba, que mi corazón se acostumbraba poco a poco a los acelerones en su latir, que mi cabeza no pensaba en nada más que en seguir corriendo. También recuerdo la primera vez que corrí media hora seguida, la voz que en mi cabeza decía que parase, que no podía más, aquel desánimo, pensando que nunca llegaría a los diez kilómetros si con apenas cuatro sólo pensaba en parar. Mi hermano me explicó que esa voz es el “muro del corredor”, normal en los corredores de maratón como él, y en los principiantes, sólo con cabeza y voluntad se supera, y una vez atravesado, compruebas que puedes seguir, que puedes con todo.
Con todos esos recuerdos en mi cabeza, salgo del vagón en Concha Espina. El ambiente es impresionante, grupos de amigos disfrazados, otros solitarios con espumillón en sus dorsales, todos camino del punto de salida en busca de la caseta para recoger el chip de seguimiento. Después de anudarlo en mi zapatilla, comienzo a estirar y a calentar con pequeños trotes, imitando al resto de corredores.
A pesar de la energía que me rodea, noto un nudo en mi estómago, tengo miedo de no acabar, de fallar a mi padre. Anudo la chaqueta a mi cintura, para evitar el coche ropero, y entro en la marabunta que ruge esperando el pistoletazo de salida.
Los rugidos aumentan a mi alrededor, comprendo que ya no hay vuelta atrás. Empiezo a trotar cada vez un poco más rápido, los primeros corredores van cogiendo ritmo y el pelotón se separa. Los aplausos y los ánimos, tanto de corredores como del público apostado a lo largo del recorrido, me llevan en volandas los primeros kilómetros, pero en mi cabeza algo hace clic al ver el cartel del kilómetro cuatro. Es el muro, la voz que intenta hacerme abandonar. Estoy a punto de ceder, pero pienso en mi padre, en su lucha, su fuerza, si él no ha abandonado, yo tampoco lo voy a hacer. La voz desaparece y vuelvo a oír los aplausos de la gente, mis piernas parecen responder. Paso el cartel del kilómetro cinco, ahora sé que puedo.
Siento calor en todo mi cuerpo, mis pulsaciones marcan las zancadas, no quiero parar el ritmo. Kilómetro seis, siete, ocho. Dejo atrás la señal del noveno, mis ojos comienzan a empañarse por la emoción, la imagen de mi padre me acompaña. Veo el cartel de meta. No sé cuánto tiempo llevo corriendo, da igual, corro como si estuviera él esperando para abrazarme.
Tan pronto cruzo la línea, caigo llorando de rodillas. Llevo mi mano al corazón y entre sollozos digo: «Por ti».

¡Bienvenida, Toñi!
Mil gracias, estoy deseando aprender, muy ilusionada. Un abrazo
¡Bienvenida a la comunidad, Toñi!
Muy buen relato y muy bien escrito, lleno de emoción que consigues transmitir a la perfección.
Un saludo
Muchas gracias Lola, he leído varios de tus relatos y viniendo de tí... Significa mucho. Un abrazo