Por: Toñi Álamo
—Es mejor que nos vayamos, estás temblando —dice Jose mirando a Lucía.
Ella, acurrucada bajo su brazo, blanca como la nieve, asiente con la cabeza sin decir nada. No se atreve a mirarle a los ojos para contestar, sabe que está molesto. Otro fin de semana arruinado por sus rarezas. Él tan ilusionado por conocer Mérida a su lado, y ni siquiera han podido acabar la visita al Circo Romano, todo por su culpa.
—Ven, mejor salimos por aquí —dice Jose señalando el pasillo bajo las gradas superiores del Circo.
Ella siente cómo sus músculos se tensan.
—No, por favor. Prefiero bajar las gradas y volver por donde hemos entrado —contesta con un hilo de voz.
Lucía sabe que le debe una explicación, sabe que tendrá que hablar con él y explicarle todo, pero le asusta su reacción. Ha intentado dilatarlo en el tiempo todo lo posible durante estos seis meses de relación, pero ha llegado un punto en el que ya no puede más.
Jose continúa rodeando sus hombros con su brazo protector, pero recorre en silencio el camino de regreso al hotel. Al llegar a la Plaza del Ayuntamiento, Lucía pregunta:
—Amor, ¿tomamos algo?, creo que tenemos que hablar.
Él no contesta, pero dirige sus pasos hacia la misma terraza en la que desayunaron unas horas antes. El camarero no tarda en tomar nota. Lucía pide un té. Jose un café cortado. Ambos observan en silencio los pasos del chico de vuelta a la barra. Ella siente la tensión entre ambos.
—Jose, hay algo que quiero contarte, pero no sé cómo empezar. Antes…
—Antes dice…, ¿sólo antes? —la interrumpe con brusquedad—. No es sólo lo de antes, Lucía. No sé qué te ocurre. Llevamos juntos medio año, y siento que no te conozco. Tienes un comportamiento demasiado extraño. Al principio pensé que era timidez, como la primera noche que pasaste en mi casa, estabas tan incómoda… Luego, las siguientes noches comenzaron a ser normales, y me relajé. Pero entonces vinieron los primeros fines de semana fuera.
—Por favor...—intenta explicarse, pero Jose levanta levemente la mano pidiendo continuar.
—No ha habido un solo viaje en el que no hayamos tenido algún episodio de los tuyos. En el barrio de Santa Cruz, en la Mezquita de Córdoba, en la Judería de Toledo, de vinos por Vitoria… Y ya si hablamos de las primeras noches en los hoteles, puf —exclama y acompaña el sonido con un aspaviento—. La mayoría son una pesadilla, y luego estás como si nada. ¿Qué coño te pasa?.
El camarero deja sobre la mesa las consumiciones, ella espera a que se marche antes de contestar.
—Jose, yo… Yo veo cosas, siento cosas —suelta Lucía casi en un susurro.
—¡¿Qué?!, venga… No me jodas.
—Por favor, déjame explicarte, luego me dices lo que quieras —continúa, antes toma aire—. Algunas mujeres de mi familia tenemos este don, yo lo heredé de mi abuela, sin embargo mi madre no lo tiene. Lo descubrí de niña.
Hace otra pequeña pausa para dar un sorbo al té con manos temblorosas. «Esto va a ser difícil», piensa.
—Antes, en el Circo… No pude entrar en la galería, sentí algo terrible, allí asesinaron a alguien con una violencia desgarradora hace siglos, y no estoy hablando de gladiadores —continúa a pesar de la mirada de incredulidad de él—. Cuando voy a sitios que no conozco, estas energías se manifiestan violentamente, sin tiempo de bloquearlas, por eso reacciono así. En los sitios que conozco, sé cómo evitar que me afecte su presencia. Por eso en ocasiones nuestros viajes son… difíciles. Por eso la primera noche en tu casa fue...
—¿Qué me estás contando?,... ¿que en mi casa hay fantasmas? —interrumpe socarrón.
—¿Fantasmas?,...no. Pero… tu madre te acompaña.
La taza de Jose se queda a medio camino entre la mesa y su boca, para volver a la mesa en un movimiento furioso.
—Venga Lucía, no me jodas. Mi madre dice… ¿mi madre?. Si no le importé en su puta vida, ¿de verdad piensas que voy a creer que le importo ahora muerta?.
El dolor se palpa en las palabras de Jose, se levanta arrastrando la silla enfadado. Lucía atrapa su mano con la suya aún sentada, evitando que dé un paso más.

—Escucha por favor. Se que es difícil de creer. Ella está aquí. Quiere que sepas que siempre fuiste lo más importante. Me pide que te pregunte si recuerdas lo que hacía cuando tenías tres años, y llegaba por la tarde muerta de cansancio del hospital.
Él, aún de pie, palidece. Lucía no sabe nada de su madre, salvo que murió hace años. Asiente en silencio con los ojos vidriosos. Lucía, le atrae con dulzura y consigue que vuelva a tomar asiento junto a ella.
—Dice que aquellas tardes la acompañaron cuando tuvo que irse. Que esa noche volvió a sentir que se tumbaba a tu lado, en la cama de tu cuarto, mientras veías los dibujos en la tele. Le pareció sentir tu olor. —Dos lágrimas comienzan a rodar por el rostro de Lucía—. Deseó volver a sentir tus manitas levantando sus párpados despacio, y oír tu vocecita de niño pidiendo con media lengua que despertase.
Jose mira a Lucía sorprendido, no habla, rompe en llanto y tapa la cara con sus manos. Lucía se levanta y le abraza, mojando su nuca con sus propias lágrimas.
Ya lo sabes, me encantó 😘!
Excelente, Toñi😊
Gracias guapas 😍