Un poco de claridad ante las tinieblas que se acercan – Azel Highwind
Año 1999, Noche Vieja.
Si habéis encontrado estas notas, significará que he muerto o, aún peor, que estoy atrapado.
Ojalá los haya contenido.
Pero, si he fallado, debéis estar preparados. Primero cerrad el apartamento con cadenas, como hice yo. No, no, no. Tapiadlo, mejor tapiadlo todo: las ventanas, la puerta, los agujeros al pasillo y el baño. Mierda, el baño. ¡No entréis bajo ningún concepto! Allí está el portal de entrada.
Yo lo activé.
Y no se puede cerrar…
Tan sólo verlo te quita la voluntad.
Era… será un agujero perfectamente esférico, como si hubiese reventado la pared desde el otro lado, destrozando el espejo. Rodeado de símbolos en rojo, será lo suficientemente grande para que un hombre se introduzca dentro.
Debéis entender que la mera idea de poner sólo la mano en su interior te hace temblar. Yo no podía despegar mis ojos de su profunda oscuridad. No tenía fin. Penetraba la pared como si un taladro gigantesco hubiese perforado el edificio. Pero se podían apreciar irregularidades, y mi cabeza se envenenaba con una imagen grotesca donde las criaturas picaban, perforaban y pulían.
Sentí el suelo crujir bajo mis pisadas, un hedor a comida podrida, hogar de larvas que habían sido alimentadas hasta reventar la lata, abriéndose paso al exterior para llenar mis manos con el ardor tóxico de centenares de insectos mordisqueando la piel.
Apoyado en él vi el horror abrirse frente a mí.
Por favor, tapiad el lavabo. Alejaos del agujero, no seáis tan estúpidos como yo. Luego no podréis parar. Ni sintiendo lo que se retuerce en la oscuridad, metiéndose dentro de la ropa y rozando la piel, podréis dejar de arrastraros hacia el interior del agujero.
Luego sólo hay negro absoluto, frío, humedad corrosiva, infección en la orina, mis piernas mojadas, no puedo aguantar, pestilencia, ardor, algo en la lengua, sabe a queso agrio, se pega como el chicle, pero no es uniforme, tiene formas de patas, antenas, esqueleto… y su textura rugosa se deshace en grumos, como un trozo arrugado de piel podrida. Limón. Limón que se deshace en polvo negro, arcadas, el estómago se me come por dentro, mi lengua es amarga, pero tengo hambre y mastico, arranco con las uñas y mastico. Dolor, la fiebre asciende, los ojos me pican, rojo, rojo y escarlata flotando. Se mezclan con lilas y rosas. Es imposible. Los colores cobran formas y se mueven en tentáculos, en raíces alimentadas por los jugos de mi cuerpo. Lloro, grito, ¡no tengo voz!
Casi no puedo levantarme, algo está aferrado a mi pierna, sorbe y se alimenta. Lo arranco y sus fauces emiten chillidos. El color se retuerce en mis manos y le rompo la cabeza. Me tapo la herida con un trapo. Escuece y se empapa rápido de sangre, pero no tengo tiempo, debo huir.
La boca de metro es el hogar de las criaturas. Las escucho rasgar las paredes, picar, perforar y pulir. Abren nuevos agujeros a otros lugares y a otros tiempos.
Las escaleras hacia el exterior están sepultadas bajo las rocas y los trozos de hormigón. Corro por los pasillos en busca de una salida. Parecen interminables, se entrecruzan en un laberinto custodiado por raíces gigantescas y dibujos obscenos en rojo.
El silencio es a veces interrumpido por crujidos en las paredes, otras veces por gritos lejanos.
Veo un convoy, parece lleno de graffitis urbanos. Pero, cuando me acerco más, observo que en realidad son las formas rojas, iguales a las de mi baño, aunque algo más salvajes, incluso ancestrales. Los horarios parpadean en los paneles de información:
Salidas, llegadas… para el año 2043.
Yo tampoco me lo creía, pero en mis múltiples viajes a ese reino infernal supe que mi apartamento no sólo conectaba con otros lugares de Nueva York, sino que esos agujeros también llevaban a otros tiempos.
Entonces el convoy se inundó de colores imposibles. La vida burbujeaba allí. Los colores se levantaron, caminaron y parieron tentáculos, culebras y gusanos, todos de la misma carne. Y tras el umbral de la puerta que daba a los baños, una de las criaturas que abría túneles emergió señalándome con el dedo. La salida estaba ahí…
Cogí el extintor de un pilar que crujía bajo un peso titánico, como si algo mucho más grande que un tren caminase por encima, y le aplasté la cabeza hasta que sus convulsiones cesaron, ignorando sus amargos chillidos que, por un momento, parecieron súplicas.
Entré y miré urinario por urinario, pateando las puertas. La desesperación hizo que no me importaran las heces mezcladas con otras sustancias abominables, ni tan siquiera cuando salpicaban mi cara. Propiné una patada furiosa contra la basura, resbalando hasta caer al suelo y, bañado con las execrables sustancias, entonces vi el agujero en el techo.
Trepé por la casilla de un retrete, y cuando pude agarrarme a las raíces y escalar hasta su interior, de pronto empecé a bajar. Una distancia descomunal se acortó en un instante. Ya no subía, sino que algo me absorbía hacia abajo. Emergí al otro lado colgando de la azotea de un gran edificio en ruinas. El cielo encendido en fuego se abría bajo mi cabeza, y arriba, a mis pies, quedaban los restos de Nueva York.
Vi a lo lejos, vertiéndose a pedazos hacia el vacío infernal, el gran Empire Estate Building y un cartel gigantesco con las letras Happy new year 2044 agonizando en espasmos eléctricos.
Antes de poder pensar, fui otra vez absorbido por el agujero. Pero no volví al metro.
En mis trayectos descubrí que toda la ciudad estaba infectada y llena de agujeros que me llevaron por todo tipo de edificios, hoteles, parques sepultados bajo el silencio abismal…
Cuando por fin conseguí regresar a mi apartamento, se me reveló muy diferente. El agujero ahora se abría bajo la cama. El baño me hubiese parecido intacto, si no fuese por los arañazos en el falso techo, producidos por garras que me obligué a no imaginar.
En los diarios y otros documentos siempre aparecían fechas del año 1931. Desde la ventana, la ciudad parecía vieja.
Era imposible saber dónde llegaría si volvía a atravesar el agujero del dormitorio, pero debía intentarlo. Antes de irme debía dejaros un mensaje, pero no tengo lengua y no podía grabarlo. Por eso escribí estas notas para que, en el presente, si habéis entrado en mi apartamento alertados por los vecinos, encontréis un poco de claridad ante las tinieblas que se acercan.