
Abrí la puerta de la calle y allí estaba él.
Me mandó callar con el dedo índice sobre su boca, sin hacer ademán de entrar en casa.
Colocó delante de su pecho unos cartelones que iba pasando lentamente. En ellos pude leer:
“CON SUERTE, EL AÑO QUE VIENE
ESTARÉ SALIENDO CON UNA DE ESTAS CHICAS
(me enseñó un collage de fotos de varias modelos)
PERO, POR AHORA,
DÉJAME DECIRTE, SIN ESPERANZA O PLANES,
SÓLO PORQUE ES NAVIDAD Y EN NAVIDAD SE DICE LA VERDAD,
QUE PARA MÍ ERES PERFECTA
Y MI DESDICHADO CORAZÓN TE AMARÁ
HASTA QUE TE PAREZCAS A ESTA
(y me enseñó otro cartel, esta vez, con la foto de una momia)
FELIZ NAVIDAD”
Era mi escena favorita de Love Actually. Y claro está, él lo sabía.
La diferencia con la película, además de no ser Navidad, era que yo no me había casado con su mejor amigo sino con él.
Entra – le dije – Y deja de hacer bobadas.
Vaya, ¿no ha colado? – contestó poniendo cara de ofendido – ¡Pues me ha llevado una hora hacer los cartelitos ...
Le di la espalda poniendo los ojos en blanco !Siempre hacia lo mismo! Cada vez que discutíamos.
Llevábamos juntos tanto tiempo que ya sabía cuál era mi punto flaco. Pero hoy no le serviría. Yo había madurado. Él tendría que hacer lo mismo.
Lo de las escenas de películas ya no te vale - apostillé con determinación - Lo que hay que hacer es hablarlo. Como adultos.
Cómo quieras – contestó tirando los carteles al suelo - “sin embargo, si sus sentimientos han cambiado, debo decirle que ha embrujado usted mi cuerpo y mi alma, y que la amo, la amo y la amo y ya nada podrá separarme de usted” – declamó con voz engolada llevándose la mano al pecho.
¡Vale ya, señor Darcy! Quiero decir, ¡qué te dejes de Orgullo y Prejuicio y hablemos en serio! – aclaré enfadada conmigo misma por haberme dejado llevar.
Cuando nos conocimos apenas teníamos veinte años. Me gustó de él su forma tan positiva de ver la vida. ¡Y su risa! Siempre estaba riendo. Mis amigas decían que era un payaso. A mi me gustaba.
Luego nos fuimos a vivir juntos y siguió siendo muy divertido. Nada parecía importante y toda tenía solución. ¿Qué más se podía pedir a un compañero?
Pero el tiempo pasó y, además de su imposibilidad de conservar ningún trabajo, llegó el “momento maternidad”. Mi momento. Y digo mi momento porque, al parecer, no era el suyo. Es cierto que nunca lo hablamos en serio pero, es que nunca hablábamos nada así. Nunca nos preguntábamos sobre cuestiones del futuro sino que nos dejábamos llevar.
Y ahora, tras intentar mil veces tratar el tema, él ha decidido tomárselo a broma, como todo lo que no quiere afrontar. Y como yo ya no puedo más, entre sollozos y gritos, agotada, le he pedido que me deje, que se vaya y siga su vida, para poder continuar yo con la mía.
Entonces, serio como nunca le había visto, tranquilo aunque llorando, me ha contestado como Jack a Ennis en Brokeback Mountain, “!ojalá supiera cómo dejarte!” y me ha confesado que lo que tiene, se llama miedo.
Y yo, como Harry le dijo a Sally en Cuando Harry encontró a Sally, he pensado que “cuando quieres pasar el resto de tu vida con alguien, deseas que el resto de tu vida empiece lo antes posible” Así que, sé que sabremos solucionarlo y, por mí, que el resto de mi vida empiece ya.
FIN
Me gustó mucho, Marinela. Ya sabes que soy fan de leer sobre amores. 😉💙
Jeje